«…lo más sorprendente era que ese ser no era otro que el arcángel San Miguel, el antaño brazo justiciero del Señor que ahora se había vuelto contra los deseos de su padre en una misión que se antojaba imposible: frenar el Apocalipsis. Gerard formaba parte de sus huestes, era un iluminado, San Miguel su líder y Dios su enemigo. Se sintió orgulloso y preocupado a partes iguales. Si él era el único, el peso de la responsabilidad era tan grande como mínimas sus opciones de victoria.»